29 abr 2014

Ausencia

Al viejo lo extraño a diario, a pesar de que está presente en mi mente, en mi alma, en mi corazón. Mis triunfos se los dedico, aunque me duele pensar que él no es testigo de ellos, pues a veces mi confianza decae y dudo de su compañía.

Cuando tengo la fe intacta no ocurre tal cosa, pues siento la plena certeza de que está siempre a mi lado con su brazo en mis hombros, justo como lo puso unas horas antes de morirse.

La presencia de Froilo no la siento desde casi hace ocho años. Su aniversario de muerte es el 28 de mayo, falleció en el 2006. Hoy he sentido su ausencia como pocas veces, quise verlo sonriente, con su ropa impecable, su bigote más que bien llevado y su poco pelo siempre ordenado. Quise encontrarme con él en mi casa, ansioso por verme y felicitarme por mis logros.

Lástima, nada de eso ocurrió. Y tal vez, si sigo recto en mi camino contra las drogas y el licor, tampoco ocurrirá jamás. Duele bastante pensarlo, todavía más vivirlo; pero nada puedo hacer. Mi viejo está muerto y estoy seguro que fue por una razón.

Gracias a ello, al desagradable sentimiento de extrañarlo día y noche, he encontrado el valor en detalles de la vida que jamás imaginé. La sonrisa de mi vieja, aquella mujer que lo acompañó durante más un cuarto de siglo, es ahora el tesoro más grande que encuentro. Los abrazos de mi hermano, a quien también extraño siempre, son el motivo perfecto para anhelar su visita.

Camilo partió hace poco, diez u once meses y contando, pero con él se fue la mitad de mi vida. Los enojos, las peleas y discusiones, son ahora lágrimas que derramo porque ya ni siquiera para eso puedo tenerlo en cuenta. Su voz en el teléfono y los infinitos recuerdos bellos que viví a su lado son el consuelo de su ausencia.

Los extraño. Son mi vida y no están conmigo, aunque yo procuro cargarlos para donde sea que vaya y con quien sea que vaya. En mi alma y en mi corazón, mi hermano y mi viejo son inamovibles. Mi vieja, ella es quien reina allí.